martes, 29 de septiembre de 2015

Cuando dos negras hablamos de reggaetón

Por Isabel Manuela Estrada Portales, Ph.D., M.S.

Negra, gracias por el artículo, que me sugirió un par de comentarios y, cuando me surgían, me preguntaba qué me hacía siquiera pensar en este tema. Concluí que, aunque no fuera directamente sobre política, tu artículo hace una de las cosas que veo con tanta frecuencia en las discusiones sobre el terruño (la islita, ya sabes), la dicotomía en la que sólo hay dos formas de ver las cosas: la mía y una completamente errada, si no malintencionada.
¿Por qué lo digo?
Empiezas desde la barricada, muy a tono, me parece, de que si el gusto por el reggaetón quita la credencial feminista, pues entonces no serías feminista. Ahí estuve a punto de decir amén, si no fuera porque en estos días no quiero ni por casualidad aludir al lenguaje religioso – sabrás por qué. Hace año y algo escribí sobre el tema de la misoginia de las canciones de salsa que bailaba en esos días en Suiza, mojito en mano hasta que la cintura me dolía…y hasta abajo, y hasta abajo.
Pero después haces exactamente lo que criticas. Cuando aludes a las razones por las que a otros no les gusta el reggaetón no dejas ningún margen para que estas no sean negativas. Es por elitismo, desconocimiento de los barrios, desconocimiento del género,  mala fé e hipocresía. Es decir, te dicen a ti que no eres feminista si te gusta esa música y tú les dices a ellos “ustedes son elitistas o ignorantes si no les gusta”.
Hay razones estéticas, por ejemplo, para que no le guste a uno el reggaetón. A mí no me gusta por la misma razón por la que no me gustaban las canciones de Alfredito Rodríguez ni lo que pasa por poesía de Arjona ni los cuadritos de Kcho. No descubrí los barrios en una cátedra de Estudios Culturales de una universidad norteña. Nací en ellos. Me crié en ellos. Viví en ellos. Escribí en y sobre ellos. Esa es mi gente. Pero eso no quiere decir que sea por elitismo que no me gusta esa música: no me gusta porque la considero de mala calidad, facilona, sin rigor. Podemos discrepar, para gustos los colores, pero es doloroso que atribuyas mala intención a mi diferencia de gusto.
Además, creo que exageras la marginalidad revolucionaria del reggaetón. Hay de esquina, sin dudas, pero ya cada vez más va por el camino muy comercial de otros géneros y se aprovecha del camino industrial como el que más. Me resbala, pero es así. La marginalidad es cada vez más pose.
Haces una comparación con el rap, yo creo que la comparación va más con el hip hop en algunos puntos, pero, en cualquier caso, justo iba a decir que esos son paralelos que me parecen adecuados. El rap y sobre todo la cultura de hip hop cumplieron – y podríamos aventurar que aún cumplen, creo que este último año mejor que en la última década, tal vez por la imperiosa necesidad de dar voz al grito cuasi munchiano – una función muy específica de rebeldía y hasta necesario nihilismo y dieron cauce a una serie de demandas resueltas en arte que no encontraban, ni  iban a encontrar, resolución en otra parte. De hecho, lo mismo podría decirse del blues – y hasta del rock, pero estamos hablando especialmente de música “negra” y de los márgenes. Por eso esos géneros me encanta(ba)n y, sin embargo, lo último que se estaba haciendo me parecía un bodrio, de ahí que hiciera la salvedad del último año.
Lo del machismo vulgar de esa música me resbala solo hasta cierto punto, porque en verdad no podemos decir que el poder de la palabra y de la palabra cantada sea minimizable. Sabemos que vivimos en y del lenguaje. Si la palabra no importara no nos pasaríamos la vida tratando de reformar el lenguaje que nos forma, nos educa, crea los estándares. Es un poco ingenuo decir que la música o la poesía o los discursos no tienen importancia. De lo contrario, veríamos igual a Simone de Beauvoir que a Cabrera Infante.

Pero, tienes toda la razón, si dejara de escuchar música por misógina, tendría que regalar el iPod. Y tendría que renunciar al 99 por ciento de la literatura cubana, de paso. 

Lecturas varias 

lunes, 3 de agosto de 2015

Cuba: Entre la represión política y la complicidad de la izquierda de EEUU

Por Isabel Manuela Estrada Portales, Ph.D., M.S.

Yo soy discípula de Emiliano Zapata. No quiero pan sin libertad ni libertad sin pan. Quiero pan y libertad. Burguesa que soy.
Los Estados Unidos y Cuba reabrieron sus embajadas y la izquierda estadounidense mal puede contener su emoción porque asume que la isla esconde un paraíso perdido.
Muchos de nosotros estamos rabiosos con la plétora de beneficios que recibirá el régimen de Castro sin hacer ninguna concesión de peso. Sin embargo, me pregunto por qué le pedimos a Estados Unidos y a Obama que nos hagan el trabajo. De nuevo.
Las Damas de Blanco, familiares de presos políticos cubanos.
Crédito: The Cuban Economy.
El único culpable de la situación de la isla es el régimen que la ha asfixiado durante más de cinco décadas. Pero hay responsabilidad de todos. Creo firmemente que los cubanos, en particular los que vivimos fuera de la isla, tenemos bastante que achacarnos. Hablamos mucho y muy rápido, pero no hacemos nada y nunca desaprovechamos una oportunidad de regresar a tirarnos fotos en las playas soleadas y los cafés de moda…y regalarle divisas al gobierno. Sin hablar de los que sobornan a siniestra y siniestra, sin prurito alguno de estrechar manos de pureza dudosa, para que les toque algo bueno en la repartición del botín, ahora que la cosa está barata. Lo único desagradable son esos opositores engorrosos.

¿Por qué Estados Unidos debería seguir echando una pelea que los cubanos no tenemos ningún problema en dejar a un lado?
Hugo Cancio, dueño de la revista digital OnCuba, y nada más y nada menos que marielito, le está sacando el jugo a la situación de Cuba hoy. Él admite que la mayoría del dinero invertido en la isla viene de Miami. Como bien lo expone la revista The New Yorker, para el gobierno de la isla, Cancio es una figura muy atractiva: un cubano-americano capitalista que es también un patriota y que se atiene sin escrúpulo alguno a las reglas del juego que establece el Partido – lineamientos, que les llamaban – especialmente si su negocio se beneficia. “Los cubanos como Cancio han deducido que las expresiones de resentimiento no los llevarán a ninguna parte,” concluye el artículo.
La izquierda estadounidense, por su parte, ha descubierto las maravillas del capitalismo más cruel en la nueva Cuba.
Descorazona ver cómo quienes critican lo peor de un sistema individualista que devalúa los esfuerzos comunes y penaliza a los pobres por serlo se deshacen en elogios con respecto a la transformación de Cuba de una dictadura socialista a una dictadura de mercado. O, tomando prestada la frase a un amigo: el híbrido estalinismo de mercado que nos quieren vender como la mejor solución.
La reacción positiva de la izquierda y los empresarios de derecha yanquis a este proceso de “acercamiento” muestran que José Martí tenía razón hasta un punto en lo del “Norte revuelto y brutal que nos desprecia”. Me recuerda a Casablanca cuando Ugarte le dice a Rick “¿Tú me desprecias, verdad?” y Rick responde: “Si te dedicara algún pensamiento, probablemente te despreciaría”.
Los americanos no desprecian a los cubanos, particularmente a los de a pie y sin un quilo. Ni se acuerdan de ellos. Se imaginan la fruta prohibida, las imágenes de película de las noches habaneras, el sexo desmedido. Los que se mantienen fieles a una posición ideológica pese a la evidencia, tal vez guardan esperanzas de admirar un país que se enfrentó al poder imperial. Y se agarran de esa ilusión como de un clavo ardiendo.
¿Por qué van las celebridades y los multimillonarios a Cuba? ¿Acaso están tratando de mostrar los grandes avances médicos? ¿O tratando de exhibirse en los carros antiguos de la Cuba de ayer, que, irónicamente, son los heraldos de lo porvenir?
Sí, los estadounidenses se preguntan qué sentido tiene un embargo fracasado, al que yo me opongo también porque es una de las hipocresías de la política exterior de EE.UU.: con China no hay problema; pero Cuba…oh, es comunista. Las acciones de Obama son una admisión de la derrota de una política fallida. Eso, en realidad, habla tal vez de la grandeza de EE.UU.
Cuando me pongo testaruda, me pregunto por qué restablecer relaciones diplomáticas con un régimen brutal y antidemocrático. Veo dos opciones: fe ciega en la capacidad del mercado de generar democracia o una completa indiferencia ante el destino de la mayoría de los cubanos. Creo que las dos caracterizan la posición estadounidense en todas partes.
Pero del gobierno de EE.UU. ya sé qué esperar. Lo que no tolero es la posición de mis compañeros de izquierda. Si la única forma de tener una sociedad equitativa es la represión, no la quiero y dudo que haya muchos que le apuesten a eso. Sabemos que es una falacia.
Denunciamos la violencia contra las mujeres en la India, la mutilación genital en países de África, el feminicidio en Honduras, pero no tenemos nada que decir sobre las mujeres apaleadas en las calles de la Habana por manifestarse pacíficamente.
Luchamos contra el encarcelamiento masivo en EE.UU. y su efecto genocida en la población negra, pero mantenemos un silencio cómplice sobre el deterioro de las condiciones de vida de los negros en Cuba, su creciente separación de las fuentes de moneda dura y su sobre representación en los barrios más pobres y en las prisiones.
Las relaciones diplomáticas son necesarias. No es EE.UU. quien tiene que solucionar esto. Nosotros, los cubanos, deberíamos. Pero EE.UU. debería al menos condenar a ese régimen con un poquito más de énfasis.
En el programa radial Kojo Nnamdi Show del 20 de julio, Enrique Pumar, el Jefe del Departamento de Sociología de la Universidad Católica de América dijo que los dos gobiernos deberían hacer un esfuerzo para avanzar, porque “no ayuda” que, en medio de las negociaciones, se dieran los abusos a los derechos humanos en Cuba. “Esto no ayuda. En cualquier democracia los líderes electos rinden cuentas y cuando la gente ve esto en las noticias se desilusiona”.
Quisiera saber a qué democracia y a qué líderes electos se refería. Imagínense la reacción si alguien dijera que no ayuda que ISIS siga matando gente, que Irán siga dando latigazos a los blogueros o que Saddam Hussein siguiera metiendo presos y torturando a los opositores. Definitivamente no ayuda a quienes están recibiendo las golpizas.
Oh, pero no es lo mismo, por supuesto, porque en Cuba la salud y la educación son gratuitas. 

viernes, 24 de julio de 2015

La cobertura mediática neoliberal de la seudoapertura cubana

Por Isabel Manuela Estrada Portales, Ph.D., M.S.
(Publicado en Diario de Cuba)
Cuando se cubre Cuba, el contexto importa. En teoría, eso aplica al periodismo en cualquier sitio, pero el contexto es la primera víctima en las historias sexy. Y el “acercamiento” entre Cuba y Estados Unidos no es nada sino sexy.

Los blogueros de Voces Cubanas.
Muchos cubanos no pueden acceder a sus propios blogs.
Credit: New York Review of Books
El 4 de julio, la BBC reportó que se abrieron 35 nuevos puntos de Wi-Fi en la isla y, pese a problemillas menores como poca velocidad, todo fue un éxito: hay conexión a internet en ciertas áreas para gente con equipos móviles y cuesta “sólo” 2 CUC por hora, lo que implica una rebaja de más de la mitad, ya que costaba 4.50 CUC por hora. CUC es la moneda convertible de la isla que vale más que el dólar, según la castroeconomía. El salario mensual promedio cubano es, aproximadamente, 23 CUC. Progreso.


El triunfante corresponsal de la BBC logró hasta conectarse, visitó la página de la BBC y leyó los titulares del día. El mundo civilizado se abalanza sobre el paraíso caribeño. Yo esperaba que el periodista intentara abrir el blog de Yoani Sánchez o alguno de los sitios que el gobierno cubano bloquea, sólo para mostrar que los tiempos de supresión política de la información han pasado. ¿Cierto? Pues, no. Me imagino que esa no era la historia que él quería contar. Y, la verdad, tampoco es la que quiero discutir yo.

Mi desacuerdo con la mayoría de la cobertura mediática del nuevo lugar que ocupa Cuba en la economía de mercado y las páginas de los ricos y famosos de las revistas de todo el mundo da por sentado la falta de libertad política y la supresión y represión violenta de todas las libertades individuales – excepto la libertad de gastar tu dinero enriqueciendo al régimen que te oprime. Mi problema es que la cobertura de la cacareada apertura cubana es esencialmente neo-liberal. Es tan neo-liberal como el presidente estadounidense esperanzado en que la economía de mercado cambie la esencia anti-democrática del régimen cubano; de la misma forma en que no ha cambiado las condiciones estructurales que mantienen la soga no siempre metafórica al cuello de las mayorías negras pobres y de un gran número de blancos en los Estados Unidos.

Obama, en su búsqueda de legado a cualquier precio, mira a Cuba y asume que el capitalismo neo-liberal se encargará del régimen de 54 años, ¡y al diablo la democracia! Tiene ejemplos a mano como, digamos, China y Rusia, esos dos pilares de libertad y democracia, donde los opresores comunistas se convirtieron en los magnates du jour – dejando a un lado las muchas diferencias entre los dos países y sistemas – pero divago. Yo estoy a favor de cambiar una política exterior inútil que ha mantenido el status quo por más de 50 años. Pero hay principios que decimos respetar, excepto cuando son demasiado inconvenientes.

El acceso a internet viene de perlas para ilustrar la tendencia neo-liberal de la cobertura y la política con respecto a Cuba. ¿Alguien ha escuchado hablar de la brecha digital? ¿Dónde están las preguntas básicas que se les enseña a los periodistas? Por ejemplo: ¿Cuántos cubanos tienen equipos móviles que pueden conectarse a internet? ¿Cuánto cuesta uno de esos equipos en la isla? ¿Dónde los pueden comprar? ¿Cuántos cubanos pueden pagar 2 CUC por hora por el acceso a internet y con qué frecuencia? Y ya si se quiere ser incisivo, ¿cuántos cubanos negros tienen acceso? ¿Para qué usan el internet? ¿Qué porcentaje de su salario mensual representa? Y otras preguntas igualmente aburridas.

Pero a los neo-liberales no les importan esas cosas porque la economía de mercado se encargará de todo y si no te lo puedes pagar, bueno, qué pena me da tu caso. Puedo escuchar los gritos ensordecedores: “Eso ocurre en todas partes. Si no tienes dinero no puedes tener lo que quieres y punto”.

Y ahí es cuando el contexto importa. Esas respuestas dirigidas por el mercado – crueles en cualquier circunstancia – son absolutamente inaceptables con respecto a Cuba porque ese régimen le quitó todo a algunos para, supuestamente, distribuirlo de forma equitativa. Durante las últimas cinco décadas, cada vez que alguien se enriquecía – por ridícula que fuese la noción – mínimamente, sin pertenecer al o recibir la anuencia del círculo real, se lo quitaron todo y hasta lo metieron preso. Yo, lamentablemente, conozco a más de uno. ¿Las leyes? ¿Cuáles leyes?

El acceso a internet es, tal vez, un ejemplo perfecto de la “libertad” de la economía de mercado en Cuba. A principios de año, Etecsa, el monopolio de telecomunicaciones de la isla, dio su venia al artista Kcho – famoso hoy por pararse heroicamente frente a la Casa Blanca con una bandera del 26 de julio, para pagar sus prebendas y demostrar una vez más la libertad de expresión…de Estados Unidos – para abrir el primer espacio público de internet sin cable en su centro cultural. Huelga decir que Kcho tiene lazos muy estrechos con el gobierno cubano y opera su centro usando su propia, conexión a internet, aprobada por el gobierno, por la que paga 900 dólares al mes.

Es una ironía dolorosa que quienes reprimieron y robaron durante años – y su descendencia – veraneen en el exterior, se tiren fotos con los ricos y famosos y se llenen los bolsillos. De modo que, al final y como lo prometió la revolución de 1959 – o el accidente – todos somos iguales…pero algunos son muchísimo más iguales que otros.

¿Y los pobres? Bueno, ahí están. Donde han estado siempre. Están esperando que los rocíe el goteo de la prosperidad económica. Nada de esto es noticia, si no fuera porque estamos hablando de Cuba. Quienes sufrieron expropiaciones porque necesitábamos compartir más, ahora se enteran de que el restaurante La Guarida cobra 25 dólares el plato. Sí, seguro también venden helados de fresa y chocolate. El resto nos enteramos de que no se ve una camarera negra en ninguno de los restaurants y cafés de moda en la nueva Cuba. Todo lo viejo renace y tenemos una nueva élite blanca y rica que compra su estatus con silencio y complicidad con la opresión y desinterés por el resto.

Me pregunto cuántos sitios de Wi Fi van a poner en Los Pocitos, Jesús María, Guanabacoa y las áreas rurales de Pinar del Río y Baracoa. Me pregunto qué se hará para abrir la puerta de la nueva economía digital a, por ejemplo, los negros cubanos cuyo estatus económico sigue deteriorándose y no tienen familia en el exterior que los mantenga.

Para mí esto es personal. Yo era una cubana negra, pobre y sin conexión y eso se hizo muy evidente en la comparación con mis compañeros de universidad, mucho más blancos, más “ricos” y las personas más decentes y adorables que he conocido. Sin embargo, pese a todo lo demás, yo no carecía de lo que me permitiría estar a la par de ellos en lo esencial. Otra de las crueles ironías es que era una sociedad mucho más igualitaria pero era criticada muchísimo más. Me pregunto cómo les va ahora a muchachas como yo.  ¿Cómo me iría a mí si me hubiera quedado, dada mi testaruda falta de aquiescencia con la política del ilustre liderazgo cubano? Me pregunto cómo le va a la gente de mi barrio en la Habana Vieja. Seguro esto es lo próximo que van a reportar los periodistas neoliberales.

A mí no se me olvidan las imágenes de la primavera árabe, cuando gente bajo dictaduras brutales – algunas de las cuales nosotros hemos apoyado alegremente mientras nos convenía, pero nuevamente divago – reportaban la rebelión por Twitter. Seguro que a los Castros tampoco se les borran esas imágenes.

Para mí todo esto suena a cuando quitaron el permiso de salida. No hay de qué preocuparse, porque casi nadie le va a dar visas a los cubanos, de modo que más allá de perder una gallinita de huevos de oro, el permiso de salida sólo daba testimonio al mundo de los manierismos dictatoriales de la bella isla. Antes, el acceso a internet estaba restringido y limitado a una élite privilegiada y aprobada por el gobierno. Ahora, el acceso a internet está restringido y limitado a una élite privilegiada, aprobada por el gobierno…y con dinero. Progreso.  

DISCLAIMER: These are my personal views and do not represent the opinions of my employer, or any other organization.

jueves, 28 de mayo de 2015

El resignado* narcisismo de la cubanía

Por Isabel Manuela Estrada Portales, Ph.D., M.S.

Cada día tengo menos paciencia para el chovinismo, el etnocentrismo, la cantaleta de mis compatriotas, o, en otras palabras, el narcisismo de la cubanía que no tiene, ni remotamente, el discreto encanto de la burguesía buñueliana.
Debo estar envejeciendo más rápido de la cuenta.
Motivo especial de impaciencia, cuasi alergia, es la continua metatranca de la gran escisión que sentimos los cubanos – conste, los cubanos que tenemos la posibilidad de salir y entrar a la isla, porque los de a pie no se hacen esas preguntas – entre si regresar o quedarnos. Nada, la misma que se plantean siempre los africanos a medida que se van ahogando en el Mediterráneo, o los migrantes eritreos preguntándose si se dejan degollar por ISIS o mueren de a poco en las cárceles de Israel.
Malecón de la Habana. Por Carmen Rivero,
Mayo, 2012
El mirarnos al ombligo parece una más de las maldiciones castristas y el embelesar la agonía de nuestra separación familiar y nuestro exilio que constituye la envidia de cada madre hondureña que envió a sus hijos al norte de cualquier forma antes de que se los mataran las pandillas o del mexicano que no tenía cómo alimentar a los suyos, cruzó la frontera y no tiene esperanza alguna de legalizar su situación…ni de volver a verlos.
A ver, claro, a cada uno nos duele lo que nos duele, pero dejemos el lloriqueo excesivo. Nuestra situación migratoria – o exilio, si les place – no es nada excelsa y sí muy conveniente gracias los beneficios exclusivos que nos confiere nuestra politiquería y la del imperio. Dejémonos de historias, que quienes se plantean si quedarse o regresar tienen la opción. La mayoría, no. Y, especialmente quienes se plantean si quedarse o regresar evidentemente están haciendo una elección económica, no política – salvo en muy contadas excepciones. No se quedan porque los están persiguiendo ni mucho menos, sino por la misma razón por la que viene a Estados Unidos el resto de los migrantes que carece de un dictador justificativo – Gulag más, Remolcador 13 de marzo menos. Como bien sabemos, a los que están persiguiendo, o no los dejan salir o no los dejan entrar.
Y no diré nada de los intelectuales y artistas que integran las filas del exilio rosa.
Sí, tal vez mi crítica es más descarnada de la cuenta, pero no resisto ese tonito novelesco de referirse a la gran dicotomía, la problemática de la separación familiar, la confusión que nos crea el movernos de un lugar a otro, como si la causa de esto fuera un fenómeno climático o la maldita circunstancia del agua por todas partes. No, creo que aquí vendría al caso retomar un poquito de la enseñanza marxista sobre la base y la superestructura – es decir, las condiciones de la isla no las causa nuestra metatranca existencial sino su régimen dictatorial. Y un poquito del mandato poético de Eliseo Diego y nombrar las cosas. La separación y las condiciones que hacen que vivamos así tienen un nombre, o más bien, un apellido y lo tienen hace 55 años…y más pa’lante, al parecer y con nuestra intelectual aquiescencia.  
A menudo, y hago mea culpa, miramos con desprecio a la disidencia cubana – ¡coño, cómo no nos salió una al estilo anti-franquista! – por su falta de, digamos, refinamiento intelectual. Esto lo digo avergonzada. Porque los verdaderos disidentes son los que se han quedado allá y no escribirán muy bien, ni podrán re-editar las sublimes páginas del Presidio Político en Cuba, pero están pagando su precio en sangre y sufren el oprobio añadido de nuestra desidia.
Pero nos planteamos el problema al revés. La pregunta es ¿por qué los intelectuales que sí saben escribir, pintar, decir no están asumiendo el papel que históricamente les corresponde y se aprovechan de las prebendas de un régimen cuya calaña bien conocen? Yo no soy quién para dar discursitos, porque hui prontamente a la primera oportunidad. Pero al menos, como no he tenido el valor de sacrificarme, tengo el pudor de callarme ante y no denigrar a los que sí se han sacrificado.
Entiendo perfectamente la necesidad de sobrevivir y de crear. Ya lo dijo el chileno José Joaquín Brunner, la dictadura no tiene que matarte, sólo tiene que limitar suficientemente tus oportunidades de vida para hacerte entrar por el aro, para hacerte cómplice. Quiero creer que quienes se esfuerzan en crear desde lo oblicuo son discípulos del gran Fray Luis de León que tras cinco años en las mazmorras de la Inquisición, al regresar a dictar su cátedra, consciente de que, además, no podía hablar de la pequeña ausencia, comenzó su clase “Como decíamos ayer…” Le apuesto a que la suma de todos los silencios gritará a quienes vivan en un tiempo futuro la verdad acallada por la barbarie.
Lo que no entiendo es el hablar, el defender hipócritamente la podredumbre para poder vivir de ella. O el presumir que todo es sentimiento y distancia y confusión espiritual, como si no supiéramos las causas. Sobre todo, lo más irritante es la comparación gratuita, las falsas equivalencias, el no saber por qué estamos como estamos: “Los dos lados son tan intransigentes”. Es decir, la violada y el violador deben mantener la calma.
Creo que esa es otra de las enseñanzas marxistas que deberíamos recordar: la neutralidad ayuda al poderoso.
Si vamos a callar, por lo menos avergoncémonos.
Al final, como siempre, como Borges,
La batalla es eterna y puede prescindir de la pompa
de visibles ejércitos con clarines;
Junín son dos civiles que en una esquina maldicen a un tirano,
o un hombre oscuro que se muere en la cárcel.


*En mi barrio, el verbo resignar y sus formas no personales, participio, infinitivo y gerundio, suelen escribirse de otra forma…más apropiada para el tema que me ocupa. 

sábado, 7 de febrero de 2015

La distópica veleidad de “Las patrias íntimas del internacionalismo”

Por Isabel Manuela Estrada Portales, Ph.D., M.S. 
En un arranque inicial, al leer “Las patrias íntimas del internacionalismo”, de Carlos M. Álvarez, recordé. Sí, así de simple. Recordé. Y eso me causó cierta euforia, cierto dolor ahí donde se sienten las cosas, ramalazo en donde creía que sólo quedaba la imaginación donde la memoria debía ir. Escrito con exquisitez, sin mucha de la mueca que a veces viene de la isla – no vale hablar de sin nada del oficialismo verbal, porque de lo contrario no le estuviéramos dedicando angustia.
Inicialmente, al compartirlo, dije: Exquisito. Doloroso. En fin, cubano.
Después, empecé a pensar, algo siempre recomendable. 
Exquisito, sí. Doloroso, sin dudas. ¿Cubano? ¿Por qué? Creo que lo de cubano habría que argumentarlo. Dirán que me contradigo, que lo primero que dije fue que al leerlo recordé y, obviamente, recordé mi vida en Cuba. Yo, negra entre negros. En un barrio con muchos ex y futuros presidiarios. Leyendo sin cesar bajo el único tubo de luz fría. Sin baño en casa – es decir, en el cuarto sin ventanas al exterior cuya ventilación venía de la abertura a lo largo de toda la pared que nos separaba del cuarto vecino, de donde también venían los ruidosos amares de Cachita – aún mami se ríe de cuando me ponía algodones en los oídos cuando yo era muy pequeña – acostumbrada a, para usar los eufemismos cubanos de época, hacer mis necesidades en un cubo con el que tenía que cruzar todo el patio del solar para vaciarlo en lo que pasaba por baño colectivo pero sólo se usaba como vertedero. ¡Y todavía quieren que entienda el concepto de la privacidad!
"Tenía una casa sombría, que madre llenó de ternura". Circa 1996, celebrábamos...
¿A qué viene la explicación? A que, como diría Flaubert de Madame Bovary, Villafranca c’est moi, pero sin su honrosa hombría de ir a arriesgarlo todo por casi nada, ayudando donde las manos se echaban de menos. Nada – excepto quizás la suerte y el amor de mi familia – me distingue de la vida de Reynaldo Villafranca que Álvarez nos deja ver a acuarelazos certeros, grotescos, inhumanos.  
Sin embargo, no, lo que pinta no es cubano en ningún sentido exclusivo. La carencia deshumanizadora, la oscuridad, la fealdad, la criminalidad, el churre, el sálvese quien pueda son los accesorios comunes de la marginalidad y la pobreza en cualquier lugar del mundo. Los he visto demasiado de cerca aquí en los Estados Unidos, he llorado de rabia al constatarlos en América Latina.
Sí, ya sé. Me dirán que lo del internacionalismo, lo del pago que el gobierno les dará, lo de la forma panfletaria en que promueven la ayuda a los países de África, entre otros detalles hacen que el fenómeno sea cubano.
Y así es. Por eso justamente me parece aún más tergiversado: se cronican los síntomas en vez del problema. (Dicho sea de paso, yo aplaudo al personal cubano que fue a ayudar a África, por las razones que sean. Y el hecho de trivializar eso con la burla al internacionalismo me parece una afrenta. De las muchas cosas que ese sistema intentó hacernos creer, el internacionalismo es de aquellas con las que me quedaría. ¿Acaso en Estados Unidos no estamos buscando incentivos para hacer que la gente vaya a enseñar o a ser médico en las peores áreas? ¿No ofrecemos pagarles los estudios, por ejemplo? Pero divago).  
El título es muy atractivo pero dice poco. ¿Qué tiene que ver el internacionalismo – cosa que “cubaniza” el artículo – con lo que se narra? Si el internacionalismo era el tema, podría haberse ahorrado toda la descripción de las miserias humanas e ir al punto. ¿O me estás diciendo que alguien que luchó por ser mejor que su medio – y que era, nada más y nada menos que enfermero – no merece irse a morir de paludismo ayudando a un poco de negros africanos? ¿O lo que estás diciendo es que si no fuera por la promesa de una casa y un par de prebendas más no habría ido a ayudar a gente que lo necesitaba? Pues ahí sí terminamos de deshonrar su memoria.
Es decir, el hacernos desfilar la intimidad frente a los ojos ¿a quién ataca? ¿O cree el autor que al mundo lo sorprenderán la miseria, la violencia doméstica, el abuso contra los homosexuales? ¿O tal vez crea que lo que sorprenderá al mundo es que esas cosas pasen en Cuba? Ya no, ya no. Los setenta quedaron atrás.
Voy a ignorar meticulosamente el tratamiento a la homosexualidad de Villafranca porque todavía estoy tratando de entender cómo venía al caso.
Irónicamente, la parte que es muy cubana muchos no la van a querer escuchar: Villafranca dejó la escuela y, pese a vivir donde vivía, pudo volver a estudiar y hasta llegar a graduarse de lo que quería. En los tiempos que corren, en muchos países, eso es un lujo que gente que vive en las condiciones de Villafranca no se puede dar.
No, no, no. Ni por un segundo piensen que estoy cantando las beldades de la dictadura que nos ha domesticado hasta enseñarnos a humillar a las víctimas como escapatoria para tirarle de refilón a los victimarios. Pero hay hechos que son…hechos.
Hay mucho de poca generosidad en el escrito. Su narrar de la distopía no se atreve a meterse con la promesa de utopía que la enmarca y la genera. A su vez, me parece que Álvarez ha dirigido mal la rabia simple del hombre silvestre: ha flagelado la realidad y la naturaleza de la vida del individuo en un esfuerzo velado por criticar las circunstancias socio-políticas que las engendraron. Eso es lo que lo torna injusto. Pero, de nuevo, ahí llegamos siempre al mismo sitio: si las circunstancias socio-políticas fueran criticables sin que ser valiente saliera tan caro, no tendríamos que recurrir a las cobardías o medias tintas lingüísticas porque ser cobarde aún vale la pena.
Periodismo, no es, a menos que seamos muy generosos, pero me parece un escrito descarnado y necesario. Me parece esencial que entendamos que un escritor puede y debe tener la libertad de escribir desde el hígado, sin repercusiones más allá que las de los latigazos verbales o aplausos de sus lectores. 
Y ahora veo que tal vez no me traicionó mi primera impresión, mi reacción visceral. Es cubano, en fin. Es cubano, precisamente, en lo mancebo, en lo ancilar, en lo equívoco.
Los periodistas, sobre todo, tenemos una obligación con las fuentes, con la gente que nos abre sus casas para que les demos voz. Hay un código básico que nos dice que uno sólo humilla a los poderosos, a los de arriba, y los “humilla” con sus propias palabras, mostrando sus contradicciones, su hipocresía, su fraude. Uno no usa la pluma o el píxel para apoltronarse sobre los que ya están abajo y aplastados.
No hay crítica al sistema brutal que, como diría Lezama de Fidel Castro, creíamos que abriría todas las puertas y se encargó de cerrar todos los caminos. El sistema brutal que había prometido que las circunstancias de marginalidad en las que vivía Villafranca – junto con demasiados millones en todo el mundo – dejarían de existir en Cuba y que nos obligó a abdicar de todas nuestras libertades en función del bien común que acabaría con la miseria.
Las supuestas crítica al régimen y oda a Villafranca suenan como si un fiscal blandiese su dedo en la cara del acusado y dijera: “Tú la violaste cuando ella andaba por la calle vestida como una puta barata, sonsacando a todo el mundo y pidiéndolo a gritos”. Por si hace falta aclaración, la violada de la metáfora es Villafranca y su familia.
Para despedirnos en cubano, viene a la cabeza Piñera, porque todo es triste, todo es triste, e Infante que recalca, es verdad que es triste; es triste que es verdad.


lunes, 29 de septiembre de 2014

Fotografía: La nada, ese absoluto olvido

Por Isabel Manuela Estrada Portales 
Publicado en Diario de Cuba

¿Qué une a dos poetas en el esfuerzo creativo? El público es un transeúnte que tropieza ante la escalera de entrada a una galería y decide dejarse descansar por las ventanas colgadas en las paredes. ¿Qué creen Carmen y Leo que se llevará consigo ese mirante fortuito? ¿Por qué necesitaban juntar las cosas para nombrarlas? ¿Hay alguna verdad conjunta que sería solo a medias si no la expresaran muestras gemelas?
Uno se pregunta esas cosas cuando observa la exposición Pérdida de lo absolutode Carmen Rivero (La Habana), y Combatir la nadade Leo Simoes (Iurreta, 1968), que plantea desde su anuncio un problema sintáctico: es una exposición con dos títulos, pero no son dos exposiciones. Entonces uno se ve obligado, compulsivamente, a entender esa unicidad que no puede ser azarosa, mero fruto de la conveniencia, el pragmatismo, la amistad.
Ver galería de fotos: El absoluto y la nada
Visitar la exposición: Pérdida de lo absoluto de Carmen Rivero y Combatir la nada de Leo Simoes (Galería Entropiqa, Calle Alhóndiga 18, Granada, España, 13 septiembre-13 octubre de 2014).

lunes, 8 de septiembre de 2014

No hay derechos de negros que el poder blanco deba respetar

Por Isabel Manuela Estrada Portales


‘Mamá, un negro’ escuchó Frantz Fanon en París. En ese momento entendió con dolorosa, meticulosa claridad, la distancia insalvable entre él y los blancos de esa ciudad que aún desangraba a su raza como sanguijuelas, como si fueran otra especie.

Tantos años después todavía tenemos que preocuparnos de cómo nos ven. Ya no es la mirada sorprendida de un niño en su primer encuentro con la diversidad, con lo que debería ser diferencia insignificante. Ahora es la mirada entrenada de los miembros de un sistema de poder que usufructúa esa diferencia como explicación, juicio moral, código pseudo-genético que nos separa más que si fuéramos dos especies.

Nuestra imagen debe preocuparnos mucho. Es cuestión de vida o muerte. Literalmente. Esa imagen va por la calle con una sudadera y la persiguen. Le disparan como no lo harían con un perro. Esa imagen entra a una tienda y la siguen, la miran con sospecha. Esa imagen es acribillada a balazos por la policía, recibe un tiro en la cara cuando toca a una puerta para pedir ayuda, es balaceada. Esa imagen se comporta mal, bebe, trafica drogas, abusa de la asistencia social, roba, mata, se amotina, viola, va a prisión. Y entonces esa imagen se convierte en una confirmación de sí misma. Esa imagen justifica a los cabilderos de armas que no se atreven a nombrar el color de sus miedos. Esa imagen, para sorpresa de todos, es rescatada repetidas veces de la pena de muerte por exámenes de ADN.

Nunca le disparan a una persona con nombre. Es una imagen demasiado familiar. El rostro familiar de la malicia y la criminalidad. El rostro familiar del mal. El rostro familiar de todo lo que debe rehuirse. Se trata de borrar a la negritud en millones de formas.

Esa imagen que fue construida para justificar nuestra esclavización y continua explotación a través de las recurrentes metamorfosis de la esclavitud, sorprendentemente, nos perjudica. El 6 de marzo de 1857, el entonces Jefe de la Corte Suprema, Roger Taney publicó una opinión legal que lo dejó dicho todo:

[Los negros] han sido vistos por más de un siglo como seres inferiores, y completamente no aptos para asociarse con la raza blanca sea social o políticamente; y tan inferior que ellos no tienen ningún derecho que el hombre blanco este obligado a respetar; y que el negro puede justa y legalmente ser reducido a esclavitud para su propio beneficio. Él fue comprado y vendido, y tratado como un artículo ordinario de mercancía y tráfico, cada vez que se podía sacar una ganancia de eso. (Traducción mía).
Cada vez que esa imagen se confirma a sí misma a través del mal comportamiento de alguno de sus exponentes, nosotros decimos que somos lo que ellos dicen que somos. Y esto dificulta que a los blancos de buen corazón y a aquellos en las estructuras de poder les nazca la buena voluntad de venir a ayudarnos y decidir que, tal vez, sólo tal vez, es hora de enfrentar algunas de las causas de la miseria que Ferguson, Missouri muestra, y que es sólo una instantánea de una realidad muy bien descrita en el artículo Ferguson, Watts and a Dream Deferred.

Mientras las crisis económicas de la última década y media han pasado factura al ingreso medio de todas las razas y grupos étnicos, los negros fueron los más fuertemente golpeados. En el 2012, el ingreso medio de los hogares negros había caído a 58.4 por ciento del ingreso de los blancos, casi donde estaba en 1967 – 7.9 puntos por debajo de su nivel en 1999. (Esta tabla del Censo muestra las tendencias a largo plazo del ingreso de los grupos demográficos más grandes en E.E.U.U.) (Traducción mía).

Tenemos la carga de demostrar la falsedad de algo que nunca fue verdad. De otro modo, no recibiremos la ayuda que necesitamos para mejorarnos. Nadie, por supuesto, habla de recibir lo que se nos debe por siglos de trabajo forzado.

Esa imagen es tan dañina que quienes no nos distanciamos suficientemente de ella sufrimos más prejuicio en la vida diaria, según dice Cheryl Kaiser, profesora de psicología de la Universidad de Washington, en un estudio de 2009.

La investigación ha demostrado que mientras más las minorías se identifican con su grupo, reportan experimentar más prejuicio…Nuestros estudios ofrecen una explicación alternativa, al mostrar que los blancos reaccionan más negativamente hacia las minorías que se identifican más marcadamente, que hacia las que se identifican de forma más débil. (Traducción mía).

Por supuesto, esa imagen a veces va a la guerra a defender un país que la desprecia; se vuelve policía; muere mientras rescata gente de un edificio en llamas; escribe gran literatura; se vuelve bióloga marina; encanta con su música; danza en gloria. Pero en esos casos, al menos en algunos, esa imagen cobra un nombre. Una vez esa imagen se hizo Presidente y de pronto creímos en la redención, sólo para descubrir que mejorar esa imagen no era nuestro sino. Comprendimos lo olvidado: que cuando esa imagen es corregida por la evidencia se sobreviene una reacción negativa sin precedente.

Y siempre nos maravillamos, ¿por qué el crimen de un negro es una mácula en toda la comunidad y cuando un blanco mata niños en una escuela no embarra la imagen de la comunidad blanca? De hecho, ¿por qué el que aún estemos recuperándonos de la explotación salvaje a la que los blancos nos sometieron nos da una mala imagen; mientras su salvaje crueldad es loada como el medio para “construir la mejor nación del mundo”?

Pero nuestra imagen debe preocuparnos. ¡Oh, sí! Debe preocuparnos. De hecho, es un asunto mortal. La sociedad no es nuestra. Ni nosotros de ella. Es una sociedad de la que somos la suciedad. Es una estructura de poder que nos tolera sin aceptarnos. Como el artículo In Ferguson, Black Town, White Power lo describe con tanta aptitud, las disparidades de poder en Ferguson no son sólo en blanco y negro, sino también en verde, de dinero…Irónicamente, los negros carecemos del verde del poder. Y con las condicionantes actuales, pasará mucho tiempo antes de que podamos cambiar eso.

Con básicamente fuerzas policiales blancas que dependen desproporcionalmente de los ingresos de las multas de tráfico, los negros son parados por la policía, multados y arrestados en números que superan ampliamente su representación en la población, según un informe reciente del fiscal general de Missouri. En Ferguson el año pasado, 86 por ciento de las paradas, 92 por ciento de los registros y 93 por ciento de los arrestos fueron de negros – a pesar de que la probabilidad de que los policías encontraran contrabando en los choferes negros era mucho menor (22 por ciento versus 34 por ciento en choferes blancos). Esto empeora la desigualdad, dado que los negros que ya están pasando trabajo hacen más para financiar el gobierno local que los relativamente más acomodados. (Traducción mía).

Esa imagen todavía enriquece a quienes la sostienen. Esa imagen todavía produce. Esa imagen somos nosotros. Es convenientemente nosotros. E incluso cuando esa imagen tiene sus manos arriba, en gesto indefenso de sumisión, aún no tiene ningún derecho que la estructura blanca de poder esté obligada a respetar. Esa imagen es el único nosotros que el sistema necesita…y cuando nos amotinamos, oh, entonces, ¿ve? ¿Qué le habíamos dicho sobre ellos?