Miren estas preciosas
fotos de niños recogiendo bostas de caballo, para que el público pueda
divertirse montando a caballo en el parque La Carolina de Quito, Ecuador. Esto
es en una tarde de domingo… cuando mis hijas, que podrían ser las madres de al
menos uno de estos niños, están dando una perreta porque no quieren recoger sus
cuartos.
Le pasamos por el lado a
estos niños todos los días. Es tan normal verles trabajar que nadie presta la
menor atención. Recuerdo cuando visitaba las escuelas en algunos barrios de
Memphis, Tennessee y de Filadelfia y tenía que pasar a través de un detector de
metales. Estaba enardecida. No podía creer que esos niños tuvieran que pasar
por eso todos los días para ir a clases. Con la insensibilidad de los que no
tenemos que tomar esas decisiones, yo dije que ni muerta viviría en un barrio
donde mis hijas tuvieran que pasar diariamente por un detector de metales para
ir a la escuela. Me imagino que en mi cabeza esos padres tenían otras opciones
más atractivas.
Estas aberraciones se ven
tan normales que me asusta. Las bostas de caballo eran lo menos repugnante de
ese paisaje bucólico.
Hoy realmente no es un
buen día, con Zimmerman libre y Trayvon Martin que sigue muerto. Y la gente se
sorprende de las crisis de adicción y las olas de suicidio. He descubierto que
los hijos tienen cumplen cierta función: la de anclarte a la vida. Recordar que
tengo que mandar a la universidad a las dos que tengo evitó que me encadenara al
mesón de un bar y le dijera al barman que no se tomara la molestia de preguntar
si quería otro, hasta que me arrastraran de allí en un coma alcohólico.
Consideraría una sobredosis de cocaína, pero estoy baja en materia de
conexiones.
En serio que si la especie
fuera a considerar suicidio en masa, desde mi punto de vista, rara vez un día
ha lucido mejor para esa aventura. Seguro que lo mejor de mí aflorará en algún
momento. Yo sé que ha estado por ahí. Lo recuerdo. Pero creo que hoy
necesitaría usar fracking para
encontrarlo.
Entonces estoy repasando
en mi cabeza a Rilke, Yourcenar, la hermosísima y extraordinaria declaración de
amor de Hans Castorp en La montaña mágina
de Mann, la excepcional escena de harakiri, después del amor, de los
protagonistas de Patriotismo de
Mishima. Regreso a los viejos amigos para ver si reencuentro esa esperanza que
solía tener de la salvación por la literatura. Lamentablemente, uno de esos
viejos amigos es el Fernando de Sábato quien tuvo a bien informarme entonces
que la Alemania de 1933 era el país más instruido del mundo. Pero a los 16, aún
se tiene esperanza. A los 41, parece que Fernando ganó.
Yo no creo. Hoy,
especialmente, yo no creo. Pero si hay un Cristo con el que puedo identificarme
en algo es el que nos mostró Borges, en su Cristo en
la cruz:
Cristo en la cruz.
Desordenadamente
piensa
en el reino que tal vez lo espera,
piensa
en una mujer que no fue suya.
No
le está dado ver la teología,
la
indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las
catedrales, la navaja de Occam,
la
púrpura, la mitra, la liturgia,
la
conversión de Guthrum por la espada,
la
Inquisición, la sangre de los mártires,
las
atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el
Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le
importa el duro hierro de los clavos.
No
es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la
escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin,
apresurada.
Todas las fotos pueden verse aquí.