Por Isabel Manuela Estrada Portales, Ph.D., M.S.
Cada día tengo menos paciencia para el chovinismo, el
etnocentrismo, la cantaleta de mis compatriotas, o, en otras palabras, el
narcisismo de la cubanía que no tiene, ni remotamente, el discreto encanto de
la burguesía buñueliana.
Debo estar envejeciendo más rápido de la cuenta.
Motivo especial de impaciencia, cuasi alergia, es la continua
metatranca de la gran escisión que sentimos los cubanos – conste, los cubanos
que tenemos la posibilidad de salir y entrar a la isla, porque los de a pie no
se hacen esas preguntas – entre si regresar o quedarnos. Nada, la misma que se
plantean siempre los africanos a medida que se van ahogando en el Mediterráneo,
o los migrantes eritreos preguntándose si se dejan degollar por ISIS o mueren
de a poco en las cárceles de Israel.
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Malecón de la Habana. Por Carmen Rivero, Mayo, 2012 |
A ver, claro, a cada uno nos duele lo que nos duele, pero
dejemos el lloriqueo excesivo. Nuestra situación migratoria – o exilio, si les
place – no es nada excelsa y sí muy conveniente gracias los beneficios
exclusivos que nos confiere nuestra politiquería y la del imperio. Dejémonos de
historias, que quienes se plantean si quedarse o regresar tienen la opción. La
mayoría, no. Y, especialmente quienes se plantean si quedarse o regresar
evidentemente están haciendo una elección económica, no política – salvo en muy
contadas excepciones. No se quedan porque los están persiguiendo ni mucho
menos, sino por la misma razón por la que viene a Estados Unidos el resto de
los migrantes que carece de un dictador justificativo – Gulag más, Remolcador
13 de marzo menos. Como bien sabemos, a los que están persiguiendo, o no los
dejan salir o no los dejan entrar.
Y no diré nada de los intelectuales y artistas que
integran las filas del exilio rosa.
Sí, tal vez mi crítica es más descarnada de la cuenta,
pero no resisto ese tonito novelesco de referirse a la gran dicotomía, la
problemática de la separación familiar, la confusión que nos crea el movernos
de un lugar a otro, como si la causa de esto fuera un fenómeno climático o la
maldita circunstancia del agua por todas partes. No, creo que aquí vendría al
caso retomar un poquito de la enseñanza marxista sobre la base y la superestructura
– es decir, las condiciones de la isla no las causa nuestra metatranca existencial
sino su régimen dictatorial. Y un poquito del mandato poético de Eliseo Diego y
nombrar las cosas. La separación y las condiciones que hacen que vivamos así
tienen un nombre, o más bien, un apellido y lo tienen hace 55 años…y más pa’lante,
al parecer y con nuestra intelectual aquiescencia.
A menudo, y hago mea culpa, miramos con desprecio a la
disidencia cubana – ¡coño, cómo no nos salió una al estilo anti-franquista! –
por su falta de, digamos, refinamiento intelectual. Esto lo digo avergonzada. Porque
los verdaderos disidentes son los que se han quedado allá y no escribirán muy
bien, ni podrán re-editar las sublimes páginas del Presidio Político en Cuba,
pero están pagando su precio en sangre y sufren el oprobio añadido de nuestra desidia.
Pero nos planteamos el problema al revés. La pregunta es
¿por qué los intelectuales que sí saben escribir, pintar, decir no están
asumiendo el papel que históricamente les corresponde y se aprovechan de las
prebendas de un régimen cuya calaña bien conocen? Yo no soy quién para dar
discursitos, porque hui prontamente a la primera oportunidad. Pero al menos,
como no he tenido el valor de sacrificarme, tengo el pudor de callarme ante y
no denigrar a los que sí se han sacrificado.
Entiendo perfectamente la necesidad de sobrevivir y de
crear. Ya lo dijo el chileno José Joaquín Brunner, la dictadura no tiene que
matarte, sólo tiene que limitar suficientemente tus oportunidades de vida para
hacerte entrar por el aro, para hacerte cómplice. Quiero creer que quienes se
esfuerzan en crear desde lo oblicuo son discípulos del gran Fray Luis de León
que tras cinco años en las mazmorras de la Inquisición, al regresar a dictar su
cátedra, consciente de que, además, no podía hablar de la pequeña ausencia,
comenzó su clase “Como decíamos ayer…” Le apuesto a que la suma de todos los
silencios gritará a quienes vivan en un tiempo futuro la verdad acallada por la
barbarie.
Lo que no entiendo es el hablar, el defender
hipócritamente la podredumbre para poder vivir de ella. O el presumir que todo es
sentimiento y distancia y confusión espiritual, como si no supiéramos las
causas. Sobre todo, lo más irritante es la comparación gratuita, las falsas
equivalencias, el no saber por qué estamos como estamos: “Los dos lados son tan
intransigentes”. Es decir, la violada y el violador deben mantener la calma.
Creo que esa es otra de las enseñanzas marxistas que
deberíamos recordar: la neutralidad ayuda al poderoso.
Si vamos a callar, por lo menos avergoncémonos.
Al final, como siempre, como Borges,
La batalla es eterna y puede prescindir de la pompa
de visibles ejércitos con clarines;
Junín son dos civiles que en una esquina maldicen a un
tirano,
o un hombre oscuro que se muere en la cárcel.
*En mi barrio, el verbo resignar y sus formas no
personales, participio, infinitivo y gerundio, suelen escribirse de otra forma…más
apropiada para el tema que me ocupa.
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