Por Isabel Manuela Estrada Portales, Ph.D., M.S.
Negra, gracias por el artículo, que me sugirió un par de comentarios y, cuando me
surgían, me preguntaba qué me hacía siquiera pensar en este tema. Concluí que,
aunque no fuera directamente sobre política, tu artículo hace una de las cosas
que veo con tanta frecuencia en las discusiones sobre el terruño (la islita, ya
sabes), la dicotomía en la que sólo hay dos formas de ver las cosas: la mía y
una completamente errada, si no malintencionada.
¿Por qué lo digo?
Empiezas desde la barricada, muy a
tono, me parece, de que si el gusto por el reggaetón quita la credencial feminista,
pues entonces no serías feminista. Ahí estuve a punto de decir amén, si no
fuera porque en estos días no quiero ni por casualidad aludir al lenguaje
religioso – sabrás por qué. Hace año y algo escribí sobre el tema de la
misoginia de las canciones de salsa que bailaba en esos días en Suiza, mojito
en mano hasta que la cintura me dolía…y hasta abajo, y hasta abajo.
Pero después haces exactamente lo que
criticas. Cuando aludes a las razones por las que a otros no les gusta el
reggaetón no dejas ningún margen para que estas no sean negativas. Es por
elitismo, desconocimiento de los barrios, desconocimiento del género, mala fé e hipocresía. Es decir, te dicen a ti
que no eres feminista si te gusta esa música y tú les dices a ellos “ustedes
son elitistas o ignorantes si no les gusta”.
Hay razones estéticas, por ejemplo,
para que no le guste a uno el reggaetón. A mí no me gusta por la misma razón por
la que no me gustaban las canciones de Alfredito Rodríguez ni lo que pasa por
poesía de Arjona ni los cuadritos de Kcho. No descubrí los barrios en una
cátedra de Estudios Culturales de una universidad norteña. Nací en ellos. Me
crié en ellos. Viví en ellos. Escribí en y sobre ellos. Esa es mi gente. Pero
eso no quiere decir que sea por elitismo que no me gusta esa música: no me
gusta porque la considero de mala calidad, facilona, sin rigor. Podemos
discrepar, para gustos los colores, pero es doloroso que atribuyas mala
intención a mi diferencia de gusto.
Además, creo que exageras la
marginalidad revolucionaria del reggaetón. Hay de esquina, sin dudas, pero ya
cada vez más va por el camino muy comercial de otros géneros y se aprovecha del
camino industrial como el que más. Me resbala, pero es así. La marginalidad es
cada vez más pose.
Haces una comparación con el rap, yo
creo que la comparación va más con el hip hop en algunos puntos, pero, en
cualquier caso, justo iba a decir que esos son paralelos que me parecen
adecuados. El rap y sobre todo la cultura de hip hop cumplieron – y podríamos
aventurar que aún cumplen, creo que este último año mejor que en la última
década, tal vez por la imperiosa necesidad de dar voz al grito cuasi munchiano
– una función muy específica de rebeldía y hasta necesario nihilismo y dieron
cauce a una serie de demandas resueltas en arte que no encontraban, ni iban a encontrar, resolución en otra parte.
De hecho, lo mismo podría decirse del blues – y hasta del rock, pero estamos
hablando especialmente de música “negra” y de los márgenes. Por eso esos
géneros me encanta(ba)n y, sin embargo, lo último que se estaba haciendo me
parecía un bodrio, de ahí que hiciera la salvedad del último año.
Lo del machismo vulgar de esa música me
resbala solo hasta cierto punto, porque en verdad no podemos decir que el poder
de la palabra y de la palabra cantada sea minimizable. Sabemos que vivimos en y
del lenguaje. Si la palabra no importara no nos pasaríamos la vida tratando de
reformar el lenguaje que nos forma, nos educa, crea los estándares. Es un poco
ingenuo decir que la música o la poesía o los discursos no tienen importancia.
De lo contrario, veríamos igual a Simone de Beauvoir que a Cabrera Infante.
Pero, tienes toda la razón, si dejara
de escuchar música por misógina, tendría que regalar el iPod. Y tendría que
renunciar al 99 por ciento de la literatura cubana, de paso.
Lecturas varias
Si tu cuerpo pide reguetón por Negra Cubana
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