Por Isabel Manuela Estrada Portales, Ph.D., M.S.
Yo soy discípula de Emiliano Zapata. No quiero pan sin
libertad ni libertad sin pan. Quiero pan y libertad. Burguesa que soy.
Los Estados Unidos y Cuba reabrieron sus embajadas y la
izquierda estadounidense mal puede contener su emoción porque asume que la isla
esconde un paraíso perdido.
Muchos de nosotros estamos rabiosos con la plétora de
beneficios que recibirá el régimen de Castro sin hacer ninguna concesión de
peso. Sin embargo, me pregunto por qué le pedimos a Estados Unidos y a Obama
que nos hagan el trabajo. De nuevo.
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Las Damas de Blanco, familiares de
presos políticos cubanos.
Crédito: The Cuban Economy.
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El único culpable de la situación de la isla es el
régimen que la ha asfixiado durante más de cinco décadas. Pero hay
responsabilidad de todos. Creo firmemente que los cubanos, en particular los
que vivimos fuera de la isla, tenemos bastante que achacarnos. Hablamos mucho y
muy rápido, pero no hacemos nada y nunca desaprovechamos una oportunidad de
regresar a tirarnos fotos en las playas soleadas y los cafés de moda…y
regalarle divisas al gobierno. Sin hablar de los que sobornan a siniestra y
siniestra, sin prurito alguno de estrechar manos de pureza dudosa, para que les
toque algo bueno en la repartición del botín, ahora que la cosa está barata. Lo
único desagradable son esos opositores engorrosos.
¿Por qué Estados Unidos debería seguir echando una pelea
que los cubanos no tenemos ningún problema en dejar a un lado?
Hugo Cancio, dueño de la revista digital OnCuba, y nada más y nada menos que
marielito, le está sacando el jugo a la situación de Cuba hoy. Él admite que la
mayoría del dinero invertido en la isla viene de Miami. Como bien lo expone la
revista The New Yorker, para el gobierno de la isla, Cancio es una figura muy
atractiva: un cubano-americano capitalista que es también un patriota y que se
atiene sin escrúpulo alguno a las reglas del juego que establece el Partido –
lineamientos, que les llamaban – especialmente si su negocio se beneficia. “Los
cubanos como Cancio han deducido que las expresiones de resentimiento no los
llevarán a ninguna parte,” concluye el artículo.
La izquierda estadounidense, por su parte, ha descubierto
las maravillas del capitalismo más cruel en la nueva Cuba.
Descorazona ver cómo quienes critican lo peor de un sistema
individualista que devalúa los esfuerzos comunes y penaliza a los pobres por
serlo se deshacen en elogios con respecto a la transformación de Cuba de una
dictadura socialista a una dictadura de mercado. O, tomando prestada la frase a
un amigo: el híbrido estalinismo de mercado que nos quieren vender como la
mejor solución.
La reacción positiva de la izquierda y los empresarios de
derecha yanquis a este proceso de “acercamiento” muestran que José Martí tenía
razón hasta un punto en lo del “Norte revuelto y brutal que nos desprecia”. Me
recuerda a Casablanca cuando Ugarte
le dice a Rick “¿Tú me desprecias, verdad?” y Rick responde: “Si te dedicara
algún pensamiento, probablemente te despreciaría”.
Los americanos no desprecian a los cubanos,
particularmente a los de a pie y sin un quilo. Ni se acuerdan de ellos. Se
imaginan la fruta prohibida, las imágenes de película de las noches habaneras,
el sexo desmedido. Los que se mantienen fieles a una posición ideológica pese a
la evidencia, tal vez guardan esperanzas de admirar un país que se enfrentó al
poder imperial. Y se agarran de esa ilusión como de un clavo ardiendo.
¿Por qué van las celebridades y los multimillonarios a
Cuba? ¿Acaso están tratando de mostrar los grandes avances médicos? ¿O tratando
de exhibirse en los carros antiguos de la Cuba de ayer, que, irónicamente, son
los heraldos de lo porvenir?
Sí, los estadounidenses se preguntan qué sentido tiene un
embargo fracasado, al que yo me opongo también porque es una de las hipocresías
de la política exterior de EE.UU.: con China no hay problema; pero Cuba…oh, es
comunista. Las acciones de Obama son una admisión de la derrota de una política
fallida. Eso, en realidad, habla tal vez de la grandeza de EE.UU.
Cuando me pongo testaruda, me pregunto por qué
restablecer relaciones diplomáticas con un régimen brutal y antidemocrático.
Veo dos opciones: fe ciega en la capacidad del mercado de generar democracia o
una completa indiferencia ante el destino de la mayoría de los cubanos. Creo
que las dos caracterizan la posición estadounidense en todas partes.
Pero del gobierno de EE.UU. ya sé qué esperar. Lo que no
tolero es la posición de mis compañeros de izquierda. Si la única forma de
tener una sociedad equitativa es la represión, no la quiero y dudo que haya
muchos que le apuesten a eso. Sabemos que es una falacia.
Denunciamos la violencia contra las mujeres en la India,
la mutilación genital en países de África, el feminicidio en Honduras, pero no
tenemos nada que decir sobre las mujeres apaleadas en las calles de la Habana
por manifestarse pacíficamente.
Luchamos contra el encarcelamiento masivo en EE.UU. y su
efecto genocida en la población negra, pero mantenemos un silencio cómplice
sobre el deterioro de las condiciones de vida de los negros en Cuba, su
creciente separación de las fuentes de moneda dura y su sobre representación en
los barrios más pobres y en las prisiones.
Las relaciones diplomáticas son necesarias. No es EE.UU.
quien tiene que solucionar esto. Nosotros, los cubanos, deberíamos. Pero EE.UU.
debería al menos condenar a ese régimen con un poquito más de énfasis.
En el programa radial Kojo Nnamdi Show del 20 de julio, Enrique Pumar, el Jefe del Departamento
de Sociología de la Universidad Católica de América dijo que los dos gobiernos
deberían hacer un esfuerzo para avanzar, porque “no ayuda” que, en medio de las negociaciones, se dieran los abusos a
los derechos humanos en Cuba. “Esto no ayuda. En cualquier democracia los líderes
electos rinden cuentas y cuando la gente ve esto en las noticias se
desilusiona”.
Quisiera saber a qué democracia y a qué líderes electos
se refería. Imagínense la reacción si alguien dijera que no ayuda que ISIS siga matando gente, que
Irán siga dando latigazos a los blogueros o que Saddam Hussein siguiera
metiendo presos y torturando a los opositores. Definitivamente no ayuda a quienes están recibiendo las
golpizas.
Oh,
pero no es lo mismo, por supuesto, porque en Cuba la salud y la educación son gratuitas.
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