martes, 29 de septiembre de 2015

Cuando dos negras hablamos de reggaetón

Por Isabel Manuela Estrada Portales, Ph.D., M.S.

Negra, gracias por el artículo, que me sugirió un par de comentarios y, cuando me surgían, me preguntaba qué me hacía siquiera pensar en este tema. Concluí que, aunque no fuera directamente sobre política, tu artículo hace una de las cosas que veo con tanta frecuencia en las discusiones sobre el terruño (la islita, ya sabes), la dicotomía en la que sólo hay dos formas de ver las cosas: la mía y una completamente errada, si no malintencionada.
¿Por qué lo digo?
Empiezas desde la barricada, muy a tono, me parece, de que si el gusto por el reggaetón quita la credencial feminista, pues entonces no serías feminista. Ahí estuve a punto de decir amén, si no fuera porque en estos días no quiero ni por casualidad aludir al lenguaje religioso – sabrás por qué. Hace año y algo escribí sobre el tema de la misoginia de las canciones de salsa que bailaba en esos días en Suiza, mojito en mano hasta que la cintura me dolía…y hasta abajo, y hasta abajo.
Pero después haces exactamente lo que criticas. Cuando aludes a las razones por las que a otros no les gusta el reggaetón no dejas ningún margen para que estas no sean negativas. Es por elitismo, desconocimiento de los barrios, desconocimiento del género,  mala fé e hipocresía. Es decir, te dicen a ti que no eres feminista si te gusta esa música y tú les dices a ellos “ustedes son elitistas o ignorantes si no les gusta”.
Hay razones estéticas, por ejemplo, para que no le guste a uno el reggaetón. A mí no me gusta por la misma razón por la que no me gustaban las canciones de Alfredito Rodríguez ni lo que pasa por poesía de Arjona ni los cuadritos de Kcho. No descubrí los barrios en una cátedra de Estudios Culturales de una universidad norteña. Nací en ellos. Me crié en ellos. Viví en ellos. Escribí en y sobre ellos. Esa es mi gente. Pero eso no quiere decir que sea por elitismo que no me gusta esa música: no me gusta porque la considero de mala calidad, facilona, sin rigor. Podemos discrepar, para gustos los colores, pero es doloroso que atribuyas mala intención a mi diferencia de gusto.
Además, creo que exageras la marginalidad revolucionaria del reggaetón. Hay de esquina, sin dudas, pero ya cada vez más va por el camino muy comercial de otros géneros y se aprovecha del camino industrial como el que más. Me resbala, pero es así. La marginalidad es cada vez más pose.
Haces una comparación con el rap, yo creo que la comparación va más con el hip hop en algunos puntos, pero, en cualquier caso, justo iba a decir que esos son paralelos que me parecen adecuados. El rap y sobre todo la cultura de hip hop cumplieron – y podríamos aventurar que aún cumplen, creo que este último año mejor que en la última década, tal vez por la imperiosa necesidad de dar voz al grito cuasi munchiano – una función muy específica de rebeldía y hasta necesario nihilismo y dieron cauce a una serie de demandas resueltas en arte que no encontraban, ni  iban a encontrar, resolución en otra parte. De hecho, lo mismo podría decirse del blues – y hasta del rock, pero estamos hablando especialmente de música “negra” y de los márgenes. Por eso esos géneros me encanta(ba)n y, sin embargo, lo último que se estaba haciendo me parecía un bodrio, de ahí que hiciera la salvedad del último año.
Lo del machismo vulgar de esa música me resbala solo hasta cierto punto, porque en verdad no podemos decir que el poder de la palabra y de la palabra cantada sea minimizable. Sabemos que vivimos en y del lenguaje. Si la palabra no importara no nos pasaríamos la vida tratando de reformar el lenguaje que nos forma, nos educa, crea los estándares. Es un poco ingenuo decir que la música o la poesía o los discursos no tienen importancia. De lo contrario, veríamos igual a Simone de Beauvoir que a Cabrera Infante.

Pero, tienes toda la razón, si dejara de escuchar música por misógina, tendría que regalar el iPod. Y tendría que renunciar al 99 por ciento de la literatura cubana, de paso. 

Lecturas varias