Por Isabel M. Estrada Portales
Irónicamente, el gobierno de Rafael Correa ha decidido declararle la pelea a alguien que compra la tinta por barriles porque la mayoría de la prensa nacional tradicional carece de credibilidad en términos de independencia de los grupos e intereses poderosos. Este no es un fenómeno exclusivo de Ecuador. Sin embargo, en otros países, como los Estados Unidos, otras fuerzas tienen suficiente poder económico para erigir alternativas influyentes.
Irónicamente, el gobierno de Rafael Correa ha decidido declararle la pelea a alguien que compra la tinta por barriles porque la mayoría de la prensa nacional tradicional carece de credibilidad en términos de independencia de los grupos e intereses poderosos. Este no es un fenómeno exclusivo de Ecuador. Sin embargo, en otros países, como los Estados Unidos, otras fuerzas tienen suficiente poder económico para erigir alternativas influyentes.
La prensa tradicional en Ecuador siempre ha servido
a los muy estrechos intereses de una élite política y económica que rara vez
prestaba atención alguna a la gran mayoría del pueblo. Un público que nunca ha
tenido real acceso a los medios difícilmente va a defender una libertad de
expresión, muchísimo menos una libertad de prensa, que ni sabía que tenía. Esto
es particularmente cierto de cara a las importantes y notables mejoras que
impactan directamente las vidas de ese mismo público.
Sé, por experiencia muy personal, cuánto el pueblo
ecuatoriana ha sufrido y todavía sufre el impacto de desigualdades e
inequidades brutales. También conozco el pasado dictatorial que contó con el
apoyo de buena parte de la derecha – y, sí, casi siempre bajo la mirada
cómplice de Estados Unidos… por aquello de que el enemigo de nuestro enemigo es
nuestro amigo, por desagradable que fuese.
Como en todos los otros países latinoamericanos
tomados por una nueva y revitalizada izquierda, el pueblo, los pobres,
descubrieron un día que eran muchísimos más y que cada uno tenía un voto. De
modo que un líder inteligente que podía ofrecer una nueva propuesta que no
incluía un llamado a las armas y sí las necesidades de la olvidada mayoría,
podía ser electo con facilidad.
Pero, como cubana, ya vi esta película. Y, como
izquierdista rabiosa – y a mucha honra – yo quiero que la izquierda funcione,
de una vez por todas, y que sea inclusiva y democrática. Y que siga ganando
porque tiene una propuesta mejor que puede ser defendida y debatida y peleada
en la prensa, en toda la prensa, y en los blogs individuales, y en los medios
comunitarios, dondequiera. Sin miedo.
Soy arrogante y estoy convencida de que tengo la
mejor solución para todo. En eso, me parezco mucho al Presidente Correa. Ahí
radica mi eterna desilusión con la política estadounidense. Yo sé que yo tengo
la razón y ellos se equivocan. Yo sé que el aborto debe ser legal, seguro y
esporádico – y que la garantía de un buen acceso a anticonceptivos nos llevaría
a esa meta. Yo sé que debían prohibir las armas. Yo sé que un sistema universal
de salud es la única opción viable.
Pero a medida que maduro o envejezco, he empezado a
entender que el otro 49 por ciento que perdió las últimas elecciones en Estados
Unidos – por equivocado que esté, en mi nada modesta opinión – cree en sus
posiciones con la misma fuerza y convicción que yo en las mías y no pueden ser
simplemente ignorados. Hay que construir consenso y eso es un proceso diario.
De lo contrario, tenemos una dictadura de la mayoría. Pero la defensa y el
respeto a las minorías es el pilar del proceso político y del contrato social.
Una dictadura de la mayoría, dicho sea de paso, no ayuda a fortalecer las
instituciones, que son el verdadero repositorio de una democracia saludable.
El consenso se construye en la esfera pública. Los
medios, con todas sus falencias, pero también con todas sus posibilidades,
ayudan a construir ese consenso, mientras mantienen su ojo guardián sobre el
funcionamiento del estado, el sector privado y todas las áreas de la sociedad.
Y, si los nuevos medios y nuevas tecnologías representan un cambio maravilloso
es por crear la capacidad de que muchos, desde todas las esquinas, puedan ser
guardianes del funcionamiento de los medios. No hay necesidad de silenciar,
amenazar o imponer. La información errónea se combate con más información y con
información correcta.
El estado no es un actor desinteresado que es
siempre objetivo y diáfano. Ningún estado puede vigilarse a sí mismo.
Irónicamente, muchas de las limitaciones puestas a los medios pueden terminar
obstaculizando el proceso democratizador que supuestamente se busca. La misma
ley o regla que limita o castiga a un medio de prensa tradicional puede volverse
contra cualquier medio: un blog, una
cuenta de Twitter, una estación de radio de Internet.
En Ecuador, los intereses comerciales y políticos
gobernaron los medios durante mucho tiempo. La pared entre los departamentos de
publicidad y de noticias era muy delgadita, si es que existía. Y la gente sabe
eso, particularmente ahora que se les repite bastante. Pero ellos también lo
saben porque recuerdan que las cosas andaban bastante mal y nada de eso
aparecía reflejado en los medios. El público también puede comparar cómo
algunos medios están ahora muy dispuestos a cubrir y reportar el menor error
del gobierno. De modo que, me imagino, ellos se preguntarán: ¿y ustedes dónde
estaban antes? Pregunta justa.
Pero el gobierno ha asumido un papel erróneo para la
prensa. El presidente habla de “los
periodistas opositores del Gobierno” como si debiera
haber periodistas, o medios de prensa, a favor del gobierno. El papel de los
medios – independiente, públicos, privados, incluso medios gubernamentales o
estatales si lo quieren hacer bien – debe ser el de vigilar al gobierno y a
todos los sectores de la sociedad y [des]cubrir lo que está mal, para que pueda
mejorarse. Que en el pasado no hayan sido un modelo de periodismo está
sencillamente mal. Lo que el gobierno podría hacer ahora es mostrarles cómo se
hace bien. El público, el pueblo – a menos que no confiemos en su capacidad de
discernimiento – debería y será capaz de ver la diferencia.
Recuerdo cuando el Presidente George W. Bush se
quejaba de que la prensa sólo reportaba los daños colaterales o los terroristas
suicidas, pero nunca cuando se abría una nueva escuela en Bagdad. Bueno, las
escuelas deben abrirse. Las instituciones deben funcionar bien. La normalidad
no es lo que la prensa cubre… o descubre. Es el viejo adagio del niño que
muerde al perro… Aplaudir lo que el gobierno hace bien cuando hace su trabajo
se llama propaganda.
Cuando oficiales del gobierno lanzan una diatriba
contra el Reporte
Anual del 2012 a la Organización de Estados Americanos de la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos por expresar preocupación sobre el ambiente de
prensa en Ecuador, ignoran que ese mismo informe critica las limitaciones a la
libertad de prensa en Brasil, causadas por la indebida influencia de intereses
económicos y políticos. Si hay un país donde la prensa es fuerte, y cuenta con
el inquebrantable apoyo de la derecha, es Brasil, como el ex Presidente Lula,
estoy segura, podría atestiguar.