De la serie Cartas dolorosas a la amada Carmen.
Mi hija Carmen está lejos en estos tiempos, está en un lugar hermoso,
recuperándose, fortaleciéndose y embelleciéndose más, si es que eso es posible.
Está allá porque un profesor abusó de ella. Él ya se declaró culpable y lo
sentenciaron hoy. Con un valor infinito, Carmen me dijo que quería que yo
diera testimonio público en la sentencia, aunque podríamos hacerlo
anónimamente. Yo quería dar testimonio porque nosotras no tenemos nada de qué
avergonzarnos y los predadores sexuales se aprovechan de la vergüenza de sus
víctimas. Pero en este caso, necesitaba el permiso de Carmen, pues ella es la
más afectada.
Su valor me inspiró a contar mi propia historia de violencia sexual,
para ser consecuente. Y de paso la historia de nuestra antepasada, la abuela de
las abuelas.
Read in English: The women of the family
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Las mujeres de la
familia
por Isabel Manuela Estrada Portales
Pese a mi infatigable feminismo, que suele hacer que ustedes reviren
los ojos hasta dislocarlos, de algún modo he obviado, tal vez por la parte
brutal que tiene, celebrar y honrar lo suficiente la parte femenina de la
familia. La historia que suelo contar es la de los abuelos que siempre ganaban
batallas – el General Francisco Estrada de las Guerras de Independencia, quien
solamente engendró 51 hijos…no preguntes.
Sin embargo, la heroína de nuestra estirpe es una negra esclava cuya
belleza, cuenta la leyenda, hubiera parado el tráfico en tiempos posteriores,
pero en aquel entonces incitaba al látigo y la lascivia – el látigo instigado
por la frígida Doña Zulueta y la lascivia desbordada por su esposo, Don
Zulueta, cuyo apellido llevamos.
Lamentablemente, de la hermosa María Zulueta solo heredé yo las
caderas donde se almacena el chocolate, pero mi madre y mis hijas recogieron
todo su esplendor…y al parecer, su osadía.
María tuvo muy joven a la primera mulata de la familia, también María,
hija, obviamente de Don Zulueta. El parto, al parecer, le realzó la belleza, le
amplió las caderas y le acentuó el coraje. Los dos primeros no le pasaron
desapercibidos a Don Zulueta hijo (el “niño”), para su desgracia, el tercero,
sí.
Tal vez necesitaba probar algo a su padre, tal vez vengaba a su madre.
Cuentan que la poseyó una noche tan salvajemente que María sangró por días y
casi no podía amamantar. Pero sanó. Y la belleza increíble que era su perdición
fue también su ardid.
María usaba un crucifijo grande, de metal, dádiva generosa de Don
Zulueta padre. El domingo anterior habían “trabajado” el crucifijo. (Me imagino
que te reirás, Carmen, de oírme conceder esto, pero si su creencia en los
santos la ayudó a perder el miedo, la evolución bendiga a Ochún y al resto del
panteón).
Un día fue, hermosa y seductora, toda vestida de amarillo, a buscar al
niño Zulueta. Él no se sorprendió. Las negras nunca somos realmente violadas. A
las negras nos encanta que nos posean como a animales salvajes y que nos
desgajen el cuerpo y el alma. Eso sabía él. Eso sabía María que él creía saber.
María podía seducir con el pensamiento. Contonearse bastaba para mover
montañas. Ese pichón de sátrapa no tenía escapatoria. No sé los detalles entre
el momento en que se cerró la puerta y el momento en que María salió corriendo
por ella, aún desnuda y riendo. El crucifijo estaba embadurnado de sangre.
La risa de María la apagaban los gritos del niño Zulueta, con las
cuencas sangrándole donde los ojos solían ir.
María no llegó muy lejos, pero su hija ya había escapado la noche
antes en brazos de otra esclava y su marido. Y se crió cimarrona, de ahí tal
vez nos venga a ti y a mí lo de gitanas.
Te conté que yo también, a los 14 años, fui casi violada en el zaguán
del edificio donde vivía. Me salvaron de la consumación de la barbarie los
pasos de un vecino que usualmente me hubiera aterrorizado, pero esa vez vino
enviado del cielo. Mami nunca contó nada de esto a mis hermanos, porque esos
son un poco trogloditas cuando se trata de mí y seguramente hubieran movido
cielo y tierra para buscarlo y despedazarlo. Yo, por suerte, no lo conocía ni
lo volví a ver…porque en ese tiempo era más cerrera que ahora, todavía no había
asimilado a fondo las nociones intelectuales de no tomar la justicia por la
propia mano y esas cosas de gente fina que no se practicaban en mi barrio y tal
vez se lo hubiera dicho a mis hermanos de todas formas para darme el gusto de verlos
patearlo. No lo había contado nunca en público, pero ahora lo digo al mundo,
porque yo no tengo nada de qué avergonzarme. Él, sí.
Y yo he sanado. Incluso ese zaguán lo recuerdo ahora con cariño porque
ahí me esperó un día algún amante del entonces y del después, e imagino
que el cariño de sus besos exorcizó el sitio.
Tú vas a sanar. Tú vas a florecer, mi Carmen. No porque eres Estrada
ni Portales… esos son los apellidos de los hombres de la familia, que al final
eran todos un poco de machistas. Tú vas a sanar y crecer porque tú vienes de
María – de la estirpe de las Sherezadas de la historia – las mujeres que han
usado sus encantos, su fiereza, su inteligencia y los prejuicios de los hombres
para subvertir el orden y hacer un poquito de historia, de esa de la que se
escribe con minúscula… la femenina.
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