viernes, 6 de junio de 2014

Las mujeres de la familia

De la serie Cartas dolorosas a la amada Carmen.

Mi hija Carmen está lejos en estos tiempos, está en un lugar hermoso, recuperándose, fortaleciéndose y embelleciéndose más, si es que eso es posible. Está allá porque un profesor abusó de ella. Él ya se declaró culpable y lo sentenciaron hoy. Con un valor infinito, Carmen me dijo que quería que yo diera testimonio público en la sentencia, aunque podríamos hacerlo anónimamente. Yo quería dar testimonio porque nosotras no tenemos nada de qué avergonzarnos y los predadores sexuales se aprovechan de la vergüenza de sus víctimas. Pero en este caso, necesitaba el permiso de Carmen, pues ella es la más afectada.

Su valor me inspiró a contar mi propia historia de violencia sexual, para ser consecuente. Y de paso la historia de nuestra antepasada, la abuela de las abuelas.

Read in English: The women of the family

Las mujeres de la familia

por Isabel Manuela Estrada Portales

Pese a mi infatigable feminismo, que suele hacer que ustedes reviren los ojos hasta dislocarlos, de algún modo he obviado, tal vez por la parte brutal que tiene, celebrar y honrar lo suficiente la parte femenina de la familia. La historia que suelo contar es la de los abuelos que siempre ganaban batallas – el General Francisco Estrada de las Guerras de Independencia, quien solamente engendró 51 hijos…no preguntes.

Sin embargo, la heroína de nuestra estirpe es una negra esclava cuya belleza, cuenta la leyenda, hubiera parado el tráfico en tiempos posteriores, pero en aquel entonces incitaba al látigo y la lascivia – el látigo instigado por la frígida Doña Zulueta y la lascivia desbordada por su esposo, Don Zulueta, cuyo apellido llevamos.

Lamentablemente, de la hermosa María Zulueta solo heredé yo las caderas donde se almacena el chocolate, pero mi madre y mis hijas recogieron todo su esplendor…y al parecer, su osadía.

María tuvo muy joven a la primera mulata de la familia, también María, hija, obviamente de Don Zulueta. El parto, al parecer, le realzó la belleza, le amplió las caderas y le acentuó el coraje. Los dos primeros no le pasaron desapercibidos a Don Zulueta hijo (el “niño”), para su desgracia, el tercero, sí.

Tal vez necesitaba probar algo a su padre, tal vez vengaba a su madre. Cuentan que la poseyó una noche tan salvajemente que María sangró por días y casi no podía amamantar. Pero sanó. Y la belleza increíble que era su perdición fue también su ardid.

María usaba un crucifijo grande, de metal, dádiva generosa de Don Zulueta padre. El domingo anterior habían “trabajado” el crucifijo. (Me imagino que te reirás, Carmen, de oírme conceder esto, pero si su creencia en los santos la ayudó a perder el miedo, la evolución bendiga a Ochún y al resto del panteón).

Un día fue, hermosa y seductora, toda vestida de amarillo, a buscar al niño Zulueta. Él no se sorprendió. Las negras nunca somos realmente violadas. A las negras nos encanta que nos posean como a animales salvajes y que nos desgajen el cuerpo y el alma. Eso sabía él. Eso sabía María que él creía saber.

María podía seducir con el pensamiento. Contonearse bastaba para mover montañas. Ese pichón de sátrapa no tenía escapatoria. No sé los detalles entre el momento en que se cerró la puerta y el momento en que María salió corriendo por ella, aún desnuda y riendo. El crucifijo estaba embadurnado de sangre.

La risa de María la apagaban los gritos del niño Zulueta, con las cuencas sangrándole donde los ojos solían ir.

María no llegó muy lejos, pero su hija ya había escapado la noche antes en brazos de otra esclava y su marido. Y se crió cimarrona, de ahí tal vez nos venga a ti y a mí lo de gitanas.

Te conté que yo también, a los 14 años, fui casi violada en el zaguán del edificio donde vivía. Me salvaron de la consumación de la barbarie los pasos de un vecino que usualmente me hubiera aterrorizado, pero esa vez vino enviado del cielo. Mami nunca contó nada de esto a mis hermanos, porque esos son un poco trogloditas cuando se trata de mí y seguramente hubieran movido cielo y tierra para buscarlo y despedazarlo. Yo, por suerte, no lo conocía ni lo volví a ver…porque en ese tiempo era más cerrera que ahora, todavía no había asimilado a fondo las nociones intelectuales de no tomar la justicia por la propia mano y esas cosas de gente fina que no se practicaban en mi barrio y tal vez se lo hubiera dicho a mis hermanos de todas formas para darme el gusto de verlos patearlo. No lo había contado nunca en público, pero ahora lo digo al mundo, porque yo no tengo nada de qué avergonzarme. Él, sí.

Y yo he sanado. Incluso ese zaguán lo recuerdo ahora con cariño porque ahí me esperó un día algún amante del entonces y del después, e imagino que el cariño de sus besos exorcizó el sitio. 


Tú vas a sanar. Tú vas a florecer, mi Carmen. No porque eres Estrada ni Portales… esos son los apellidos de los hombres de la familia, que al final eran todos un poco de machistas. Tú vas a sanar y crecer porque tú vienes de María – de la estirpe de las Sherezadas de la historia – las mujeres que han usado sus encantos, su fiereza, su inteligencia y los prejuicios de los hombres para subvertir el orden y hacer un poquito de historia, de esa de la que se escribe con minúscula… la femenina.

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